Los devotos de Nueva Zelanda, en una peregrinación de una semana a Prashanti Nilayam, vinieron para disfrutar de las bendiciones divinas de este auspicioso Año del Centenario. Para darle un toque especial a su sagrada estancia, se les confió con cariño la responsabilidad de decorar el ashram y sus alrededores, transformando Prashanti en una expresión radiante de alegría, devoción y unidad.
La velada sagrada se desarrolló como un suave pero poderoso recordatorio de la verdad eterna proclamada por Cristo y Swami: «Yo y el Padre somos Uno».
En su discurso profundamente contemplativo, el Sr. Singanayagam Indrapalan, Presidente de la Zona 3 del Consejo Global Sri Sathya Sai, conmovió profundamente los corazones de los devotos reunidos. Enfatizó que la Navidad en Prashanti Nilayam no es una simple celebración, sino una confluencia viviente de religiones, donde devotos de todas las tierras y creencias se regocijan juntos en la hermandad de los hombres y la paternidad de Dios, bajo el mismo cielo y en la presencia del mismo Amor Divino. Al profundizar en el camino espiritual común a Jesús y Swami, habló de las tres etapas de la evolución interior: comenzando como mensajero de Dios mediante la acción altruista, progresando hasta convertirse en hijo de Dios al eliminar el egoísmo y, finalmente, fundiéndose en la unidad con la Divinidad.
Este noble ideal encontró una expresión vibrante y conmovedora en el drama presentado por los devotos neozelandeses. La narración sigue el viaje de un científico de Auckland cuyo intento de presenciar la llegada de Bhagavan mediante un experimento de viaje en el tiempo lo lleva a una inesperada odisea espiritual. Tras sobrepasar su destino, llega a Aotearoa en 1825, donde sabios ancianos maoríes le presentan «Te Wairua», la fuerza vital omnipresente que fluye a través de la naturaleza y la humanidad por igual.
Lo que comienza como un contratiempo científico se transforma gradualmente en una peregrinación que despierta el alma. A través de una serie de conmovedoras viñetas, el drama ilustró hermosamente la omnipresencia de Dios: Hanuman comprendió que el verdadero Seva es amor en acción a cada instante, Jesús enseñó que todos somos ramas de la única vid divina, y Shirdi Baba reveló la verdad de la Divinidad al aparecer como el perro hambriento que se aleja de una ofrenda. Cada episodio resonaba con el mismo estribillo: servir a cualquier ser es servir a Dios mismo.
El clímax, suave pero poderosamente, levantó el velo, revelando que el viaje exterior a través del tiempo era, en realidad, un viaje interior de realización: la comprensión incipiente de que el Señor nunca había estado ausente, sino que había estado presente en todo momento, dentro y fuera.


